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¡Ahora nuestra alma se seca, pues nada sino este maná ven nuestros ojos!»

El maná era como semilla de culantro, y su color como color de bedelio. El pueblo se esparcía y lo recogía, lo molía en molinos o lo majaba en morteros, y lo cocía en caldera o hacía de él tortas. Su sabor era como sabor de aceite nuevo.

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